Fundado en 1937 como un centro de referencia nacional, 80 años después el JM de los Ríos es el espectro de lo que hace varias décadas fue un hospital con más de 34 servicios con tecnología de punta. Hoy una bacteria superresistente — Klebsiellapneumoniae— lo imposibilita y tuerce la esperanza de vida a 13 pequeños infectados, con riñones impedidos, que visitan tres veces por semana la Unidad de Hemodiálisis. Allí otros ocho menores, libres aún del germen y con insuficiencia renal crónica, corren peligro. En total, 21 pacientes asistidos en esa unidad están a merced de infecciones causadas también por estafilococo y pseudomonas. Otros tres se libraron del sufrimiento y descansan en paz.

El JM de los Ríos dejó de ser un ícono de salud para convertirse en un referente de insalubridad. No es secreto que el hospital de San Bernardino atraviesa una crisis sin parangón: equipos médicos averiados, colapso de aguas blancas y negras, escasez de medicamentos y profesionales. Como colofón de la tragedia, una bacteria en la unidad de diálisis ha matado a tres niños este año

Con una vida que se escurre con cada complicación y muchos sueños por concretar, todos esos niños tienen un aspecto en común: dependen de una terapia de diálisis, que es en realidad el único método clínico para desechar los líquidos de sus cuerpos y limpiar las toxinas de sus torrentes sanguíneos. Cargan con el peso de un sistema en crisis.

Katiuska Salazar, madre de una pequeña de 10 años, teme que su hija se infecte con ese microorganismo que ha cobrado tres vidas en cuestión de pocos días. Así lo relata sentada en un banco a la entrada del recinto. Afligida, sacude su camisa con fuerza y advierte que no hay antibióticos para combatir los síntomas. Cuenta que quienes mueren por complicaciones asociadas a la Klebsiella —como se llama la infección— se le queman los huesos. Pierden el caminar, vomitan hasta más no podery titiritan de la fiebre. Pierden hasta el habla.

“Se queman, se queman”, repite desesperada mientras arregla su moño. Todo inicia con un dolor de cabeza y la renuncia a los juegos de un día cualquiera, como le ocurrió a Samuel Becerra, de 12 años —quien falleció la madrugada del jueves 11 de mayo de 2017, tras ocho años en diálisis. La primera víctima de la bacteria fue Raziel Jaure, de 10 años, quien murió el 3 de mayo, una semana antes que Samuel. Pero el dolor no concluye, no tiene coto. Este lunes 22 de mayo, la Organización Nacional de Trasplante de Venezuela lamentó un nuevo hecho funesto: el fallecimiento de Dilfrez Jiménez. Tenía 15 años. La suya, al igual que la de sus otros dos compañeros, fue una muerte anunciada, predicha por la medicina, una que se quedó sin remedios para las enfermedades.

El 11 de mayo los padres acudieron al despacho de la Defensoría del Niño en el JM para notificar la situación a través de un documento. Se trata de un consentimiento firmado por la directiva del hospital, médicos del servicio y padres, quienes acordaron continuar con las diálisis pese a la alerta bacteriológica.

Los representantes esperan por los resultados de las muestras de agua tomadas por el Instituto Nacional de Higiene Rafael Rangel, situado en la Universidad Central de Venezuela (UCV). Piden determinar con rigor científico la magnitud del problema que afecta a más de 60% de los niños de la Unidad de Diálisis. Belén Arteaga, jefa del servicio de Nefrología, informó que el Instituto de Higiene extrajo agua del tanque y de las máquinas de diálisis, luego de que la Comisión de Infectología del hospital aislara la bacteria superresistente. La angustia gana terreno en los representantes. Temen que el servicio sea clausurado como lo pidieron infectólogos del propio recinto. Por ahora los niños se dializan una hora y media de las tres previstas para la terapia.

Fuente: El Estímulo